sábado, 31 de marzo de 2012

El juramento


El juramento         Edith Moncada
                              
                                “Del nicho helado en que los hombres te pusieron, 
                            te bajaré a la tierra humilde y soleada”. 

                                            Gabriela Mistral
                       

Le había amado con locura. ¿Por qué se ama en demasía  a otro? ¿Por qué tener el pensamiento concentrado en un solo ser, habiendo tantos? ¿Por qué repetir su nombre en silencio, callada para que nadie se entere? Repetir ese nombre en el alma, en la boca, continuamente como agua que cae de un manantial, y escuchar el sonido que se siente. Así taciturna, temblando no de frío, ni de pena, temblando porque se quiere, porque se ama.
Le amé como a ninguno, aunque hubo otros que si me amaron, pero eso es otra historia.
Le conocí y le amé. Le amé  como niña, como adolescente y luego como mujer. Me encumbré a sus brazos y me tomé de su cuello para enlazarlo a mi boca y ofrecerle mis besos. Viví con él cada minuto como si fuera un año entero. Si dormida estaba, el estaba en mi cuerpo, en mi cabeza, en mis pensamientos. Día y noche su voz, su cara, sus manos en mí, y yo en él.
Así pasó más de un año. Nuestro amor  fuego intenso. ¿Qué quién amó más? eso no tiene peso. Nos amábamos y el mundo en esos instantes  era nuestro, tan nuestro como el aire que respirábamos.
Y un día el murió, ¿Cómo? No lo se, hace tiempo que no se nada.

 Una noche llegó a  su casa muy mojado, porque llovía  torrencialmente, y a toda hora tosía, y tosía. Tosió durante una semana, tuvo que guardar cama.
Nadie me contó nada, no había  como contarlo. Dicen que el médico recetó medicinas, Sus ojos  brillaban de fiebre, y su mirada era triste. Sus manos temblorosas y su cuerpo caliente, sudaba y su ropa olía a dolor.
Cuando un hijo lo visitó le preguntó qué sentía, sus ojos  lloraban. Entonces le preguntó si quería llamar a alguien, pero  dicen que no dijo nada. Eso parece, ya no recuerdo bien  si fue así lo que supe después.
Yo, en su ausencia me volví loca de amor, no sabía lo que pasaba, y mi cabeza hacía conjeturas y nada me parecía  real. Esperé, esperé días  y noches muriendo de agonía, en mi corazón presentía algo malo, que algo pasaba, pero ¿qué era?,  no lo podía sospechar.
Mi desventura empeoró. Salí a buscarlo y no supe donde buscar.
Cuando dio el último suspiro, no lo acompañé. ¡Ay! Dios  ¡qué dolor!
Cuando lo supe, estaba ya enterrado, enterrado. ¡Ay! ¡Dios mío!, ¡Dios mío!
Mis lágrimas  inundaron la ciudad, corrí como loca, por calles que  nos habían visto pasar, grité su nombre al viento, muchas veces, muchas  veces,  hasta que mi voz se apagó.
 Deambulé maldiciendo las horas  que no estuve con él. Nadie supo de mi pena, nadie supo de mi dolor, todos pasaban sin mirarme  y el que miraba movía la cabeza creyéndome  loca.
Llegué a mi casa esa tarde, en que yo, no era yo. Era una sombra de lo que había sido.
Me  detuve frente  al espejo donde me contemplaba cuando salía a su encuentro. Mis ojos clavados en el cristal buscaron los suyos, busqué  sus manos  al tocarme, sus labios al besarme su aliento al decirme amor. No había nadie allí, estaba sola yo, el espejo me miró burlón. Alcé mi dedo y toqué el espejo tan frío  que me entumecí.
¡Oh!  Cuánto dolor  puede soportar el alma.

¿Por qué  él?  ¿Por qué  no yo? Mi conciencia  gritó, no lo puedo repetir.
Sufro de manera indecible, ya no hay sonrisa para mis labios, nada la hará  sonreír. Te has ido amor mío, te has ido  y no me lo dijiste.

Por la noche al intentar dormir, me vino tu imagen. En el ataúd, inerte, frío. Y ahora bajo tierra, descompuesto ¡Qué  horrible! Mis  sollozos  se escuchaban en toda la cuadra.
Me levanté , caminé  sin saber a dónde ir, sin desearlo siquiera  mis pasos me llevaron al cementerio.

Encontré su tumba, una cruz de cuarzo blanco decía; “Amó   y  murió amando a su mujer” 
Me senté en el suelo, y te hice mi juramento;
 “Amarnos  hasta más  allá de la muerte”
Qué importa que nadie lo supiera, yo si sabía que tú me amabas y eso era  suficiente.
Me levanté después  de muchas horas de no entender nada. Mis ojos  cansados de llorar recorrieron las tumbas estaban por todas partes, y el silencio, brutal. Me alejé sin saber a donde mis pasos me llevaban.
Me di cuenta que allí no había nada, no, tú no estabas aquí. Aquí sólo estaba tu nombre. Tu alma,  tu esencia permanecía conmigo, la sentía, lágrimas  de  felicidad me inundaron, y me aquieté…Miré a todos lados, vi cruces viejas carcomidas por el tiempo, flores  marchitas olvidadas  como aquellas tumbas. Unos rosales a lo lejos  vislumbré,  alimentados me dije  con  carne humana y fluidos que seguramente las raíces  buscaban para poder vivir, ¡oh!  qué loco pensamiento.
Cuando empezó a oscurecer, me refugié al lado  de una tumba, y me escondí entre las frondosas  y sombrías  ramas de un  árbol. ¿Para qué? No lo se. Hay cosas que ya no  tengo claras.
Cuando la luna asomó,  me sentí libre para abandonar mi refugio, y eché a andar lentamente, sutilmente, hacia el lugar donde dormías. Anduve sin miedo, nada  me turbaba.
Pronto  me di cuenta  que estaba perdida, no podía  encontrar la tumba de mi amado. Seguí el sendero, mis ojos  miraban los nombres y el suyo no aparecía. Toqué  lápidas, cruces, di vuelta floreros en busca del suyo. Me puse de rodillas y gateé como una niña en busca de mi amado. Se hizo de noche  y no la encontré.
 Cuando pasaron los minutos me vino el miedo, la oscuridad y el silencio me sobrecogió. Salté de tumba en tumba, en todas partes  tumbas, aparecían como hormigas ante mí.
Mi corazón latía  fuerte, escuchaba mi propia respiración, agitada en frenética búsqueda.
Y entonces  oí algo más. ¿Qué? Un ruido difuso, indefinible.  ¿Qué pasaba, era mi cabeza o venía de  debajo de la tierra? Pero debajo no hay nadie  me dije, están todos  muertos. Y los muertos  no hacen ruido. Me quedé temblando. ¿Cuánto tiempo? Segundos quizás, pero lo sentí eternos. Mis ojos miraban con terror, algo me decía que huyera, pero mis piernas  no me obedecían. Pensé que me daría un ataque y moriría allí  mismo.
 De pronto  un leve temblor. Tiembla me dije, y agudicé  mi vista y el oído. Sentí que la losa de mármol donde estaba arrodillada se movía. Se movía  como si alguien quisiera  correrla, y supe que no era  temblor. Di un salto que me llevó a otra tumba vecina, y vi, ¡sí!  ¡vi! claramente como se levantaba.  Luego apareció  el muerto en sus ojos había dolor. Lo noté  a pesar de que estaba a  cierta distancia. En la cruz de su lápida leí.

“Aquí yace Jaime Olivares, que murió a la edad de cincuenta  y tres años. Amó a su familia, fue bueno y murió en la gracia de Dios”.

El muerto cogió una piedra pequeña y puntiaguda que estaba en el suelo, y empezó a borrar las letras con prolijidad. Las borró una a una .Con su dedo que ahora era un hueso filudo, y empezó a  escribir:

¡”Aquí yace Jaime Olivares, que murió a la edad de cincuenta y tres años. Mató a su padre a disgustos, porque deseaba su dinero. Torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus amigos, robó sin escrúpulos y murió en pecado mortal”

Miré a mí alrededor  y vi que todas las tumbas estaban abiertas. Todos los muertos habían salido de ellas,  y que todos  habían hecho  lo mismo. Sustituían lo escrito por la verdad. Leí que todos habían sido malos, deshonestos, qué habían robado, calumniado, hijos ingratos. Se habían burlado del amor. Todos los que decían haber sido fieles, no lo fueron, aquellos buenos  padres tampoco, todos escribían su verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras  estuvieron con vida.
Pensé que también él había escrito en su tumba. Y ahora corriendo con mi corazón agitado angustiado pasé por  tumbas medio abiertas entre  aquellos muertos, cadáveres  y esqueletos que estaban en mi camino. Lo encontré,  estaba igual a cómo lo había visto  apenas dos semanas atrás. Parado frente a su cruz.
Y donde decía:
 “Amó y murió amando a su mujer”

Ahora leí:

“Habiendo salido un día de lluvia para encontrarse con su amada, pilló una pulmonía y murió.”

Dicen los que me encontraron al día siguiente abrazada a su cruz, que la tenía  agarrada  a mi corazón. Dormida, totalmente fría y a punto de morir entumecida. Eso dicen porque yo, hace tiempo que no se nada.


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